La develación poética: herramienta de concordia

Escrita por Mauricio Escobar Liceras
Si tratamos de dilucidar las características de la existencia humana, el marco de nuestras aproximaciones estaría delimitado por las cualidades de nacer y fenecer. Sea cual sea nuestra visión acerca de lo que sucede después de la muerte, lo cierto es que la existencia del hombre en la medida que es, yace encapsulada por esta dicotomía y lo que sucede en cuanto es no puede escaparse de este marco delimitado por el tiempo y el espacio. En este sentido, el individuo se encuentra aprisionado en el campo de lo inmediato, de la imagen tangible o por lo menos próxima y de los fenómenos perceptibles. Aprisionado porque la narrativa del acontecer está sujeta al inamovible correr del tiempo -cual vaivén de olas- y su existencia solo puede ser en la medida en que se afirma en el presente. Ante esto, la monotonía de ser y la imposibilidad de alcanzar aquello que escapa del acontecer, se nos presenta peor que la imagen de un trompo que gira siempre trazando la misma circunferencia, a la misma velocidad y en su misma cualidad. Una zozobra se asoma tímidamente, como una luciérnaga que brilla y se apaga en el vacío de la noche. La existencia es un bosque y no hay otra cosa sino soledad y esterilidad, el horizonte se cierne como los brazos de un canto apagado que acaricia el cuerpo hasta cerrarse sobre el cuello. La vida es estéril a pesar de que la hierba y los árboles mudan de colores debido a las estaciones, pues el condicionamiento de la futilidad es el presente que para todos, en algún momento ha de desvanecerse. Y aunque quisiéramos, no podemos afirmar que la soledad -ya no digamos el bosque y la noche- se va con nosotros. Es así que surge una necesidad de una liberación o de por lo menos, un sosiego. Brota entonces el verso dentro del poeta en encarnación del primero y del último. La poesía se nos presenta no solo como una necesidad de lo bello, sino también, como una necesidad de desdibujar este marco y aproximarse al infinito desde un murmullo elocuente. Sobre la primera noción, parecería una perogrullada mencionar que lo poético siempre ha tratado de satisfacer un deseo autoerótico, pues el sujeto en presencia de lo bello se agrada en sí mismo; mas es útil recordar esta cualidad para aseverar que para que esto posible, es necesario un derrumbe del yo en pos del Otro
El derrumbe supone una sacudida, una fragilidad del espíritu humano que da lugar a una sensibilidad a flor de piel. El poeta por tanto, se encuentra en la máxima posición humanizante, pues el ego es frágil en sí y susceptible ante los acontecimientos de la memoria, del presente y del porvenir. Por ello un gran poeta es capaz de arrojarse al infinito, en la medida en que es capaz de aprehender por medio de la palabra, los símbolos de la vida cotidiana y transformarlos en metáforas. Estas últimas, aunque en principio se nos presentan como un juego de absurdos -si nosotros leemos: "Yo sé que hay fuegos fatuos que en la noche/llevan al caminante a perecer/yo me siento arrastrado por tus ojos,/pero adónde me arrastran no lo sé." no creemos que literalmente Bécquer en cuanto sujeto sea arrastrado por los ojos de la amada, ni que los ojos de esta sean equiparables a fuegos fatuos- paradójicamente develan aquella esencia oculta de las personas, los sentimientos, pensamientos, fenómenos, objeto naturales y de la imaginación. Es conocer el río no a través de su cauce, ni del agua, el ruido o la corriente, sino a través de aquello que hace de él asimismo fuente de vida, raudal de pensamiento o emociones, acera concurrida de medio día, etc.
La metáfora es por tanto, un aproximación distinta a la existencia, a través de un falso absurdo o incluso, del oxímoron -pensemos en Quevedo y en su definición de amor. Y las características de esta aproximación son la belleza, la verdad, la estética a través del símbolo y la palabra, el mirar al otro y a uno mismo. "Poesía es el arte de ver, a través de las palabras, la otra cara de la realidad"
Cabe mencionar, que lo estético, no necesariamente corresponde a la imagen de la rosa cuajada de rocío, pura, limpia, y liviana al soplar del aire que desprende sus frescos olores. Lo grotesco, lo vulgar, el olvido, la putrefacción, el fango y el estiércol también poseen caracteres bellos. Basta una mirada dispuesta a cualquier arrobo de la sensibilidad, sin temor ni vergüenza a lo que podría descubrir, para revelar sus cualidades. Recuperemos algunos versos del poema XXIX de Las Flores del mal para ejemplificar esto:
Recuerdas el objeto que vimos, mi alma,/Aquella hermosa mañana de estío tan apacible;/A la vuelta de un sendero, una carroña infame,/Sobre un lecho sembrado de guijarros,//Las piernas al aire, como una hembra lúbrica,/Ardiente y exudando los venenos,/Abría de una manera despreocupada y cínica/Su vientre lleno de exhalaciones.// [...] ¡Sí! así estarás, oh reina de las gracias,/Después de los últimos sacramentos,/Cuando vayas, bajo la hierba y las flores,/A enmohecerte entre las osamentas.//¡Entonces, ¡oh mi belleza! Dile a los gusanos/Que te consumirán a besos,/Que yo he conservado la forma y la esencia divina/De mis amores descompuestos!
Ahora bien, parecería que el ejercicio de la poesía estaría únicamente destinado a genios, personalidades lúcidas, a nuestros poetas consagrados; fuera de alcance para los que como este humilde admirador, no logran formular un verso sin caer en la vergüenza y en la burla. Pero el ejercicio poético va más allá de eso. En principio, nuestro alivio inmediato es la posibilidad de leer a aquellos genios. Haciendo esto, los símbolos, las metáforas, en suma la poesía, aunque su articulación no nació de nosotros, se vuelve propia por la misma capacidad de empatía dentro del género humano. Es verdad, algunos poemas serán un óleo más personal, con matices, trazos, líneas y puntos dibujados o desdibujados, más íntimos que otros, pues la aprehensión de los sentimientos transformados en símbolos de un poeta son acogidos por nosotros en la medida en que existe una semejanza con la vida propia, y con esto me refiero tanto a la vivida como a la soñada.
Y si el punto anterior no es suficiente para justificar una realización poética, vale mencionar una vez más, que el ejercicio poético no se limita a la escritura y lectura de estrofas. El ejercicio poético es un acto únicamente humano, en el cual abrimos nuestra sensibilidad a la exterioridad del ego. El yo, a través de la poesía, descubre la mirada de la naturaleza, del otro, de la deidad, del infinito. Y por ende, nuestra existencia es más empática con las sensibilidades distintas a la nuestra.
Es así que la poesía surge como mediadora, como intermediaria entre el yo y el otro. Por lo cual, más que un ejercicio literario, se trata de un ejercicio humanizante, necesario en una realidad fragmentada en desolaciones, vaivenes lóbregos e incertidumbres del espíritu. Y cuando la palabra brota, como el cántaro al agua, esta misma se desboca, raudo acontecer de lo perdido.
Bibliografías.
Baudelaire, C. Las flores del mal y los diarios íntimos de el spleen en París. (2017).
España: Biblok book export.
Bécquer, G. Rimas, leyendas y narraciones. (2015). México: Editorial Porrúa.
Paz, O. Recuento de una vida. (1993). Canal Once.